Villa Regina (Río Negro) - "En 1935 Luis Perazzoli ya tenía espaldera en la chacra"

Tulio Perazzoli cuenta la historia de su familia, pionera en Colonia Regina Paccini de Alvear. Su abuela María Bonelli fue la primera partera y su padre, un innovador en sistemas de conducción.


El hombre se prepara para una noche de helada. La duermevela de los chacareros entre los meses de setiembre y noviembre en esta parte del mundo. "Esperamos 7 bajo cero para esta noche; hoy tenemos baile", cuenta Tulio Perazzoli, parte del núcleo fundacional de Colonia Regina.

Tulio puso su primer riego por aspersión en 1971. Recuerda que en principio lo instaló en dos hectáreas y media. Llegó la helada y con dificultades puso en marcha el riego a las 4:30. Esa noche salvó las plantaciones protegidas por el riego nuevo y con esa pequeña superficie pudo solventar los gastos anuales de la chacra y él y su hermano pudieron cambiar el auto.

Tulio cuenta orgulloso que no sólo en eso fueron pioneros. Los Perazzoli fueron de los primeros pobladores de Villa Regina y además -cree- los primeros en el Valle en utilizar el sistema de conducción denominado "espaldera". "Mi padre puso espaldera en 1935. Él había visto ese método en Italia y lo aplicó acá cuando nadie lo conocía. Hoy la chacra está toda en espaldera, tal como papá quería".

Luis y Enrique Perazzoli llegaron a la Argentina en 1924. Venían de Italia, de una zona de la provincia de Trento en la que producían manzanas, peras y vid.

En Bosentino, el pueblo de esta familia, hay colinas. La región es completamente montañosa. Antiguamente fue habitada por los celtas y después conquistada por los romanos, que la bautizaron "Tridentum", por las tres enormes elevaciones que rodean la ciudad capital. "Si conociera nuestro valle de Italia! ¡Es hermoso! -suspira Tulio-. Ahora hay más viña que otra cosa. Donde hay un metro cuadrado para poner una planta, la ponen". Cuenta Tulio que en tiempo de cosecha bajan la producción al hombro, pues las plantas se cultivan en laderas a las que no puede acceder ningún vehículo. "Por igual motivo hay lugares donde pasan la motoguadaña atados de una soga, por si se resbalan".

En Italia, los Perazzoli se dedicaban, en temporada, a la producción frutícola y en invierno, a la construcción. Con ese saber como capital los hermanos se largaron a "far l'America".

De Buenos Aires tomaron un tren que los llevó a la provincia de Mendoza. Allí fueron empleados para cavar un túnel de 3.000 metros bajo una montaña en Cacheuta. Construían una central eléctrica. Al llegar a Cuyo, Luis tenía 22 años. En Mendoza los hermanos Perazzoli se enteraron de la existencia de la Compañía Ítalo Argentina de Colonización (CIAC). Enrique, el mayor, fue el encargado de venir al Alto Valle para informarse de lo que podían hacer en esta región. Esto ocurrió en 1926. Ante la posibilidad de conseguir tierra para trabajarla, y sobre todo en fruticultura, los hermanos decidieron radicarse aquí.

Cuenta Tulio Perazzoli, hijo de Luis, que para ellos la opción de quedarse aquí fue ideal, pese a los enormes desafíos que implicaba esa determinación. Sabían manejar frutales y, mientras ponían en producción la tierra, podían hacer trabajos de construcción en un sitio que los demandaba. De hecho, los hermanos Perazzoli hicieron varias casas colónicas en la segunda zona antes de ver los primeros racimos de sus plantas.

Luis y Enrique trabajaron en una cuadrilla con dos hermanos Bonelli. "Un día uno de ellos le mostró a mi papá una foto de su familia que estaba en Italia -relata Tulio-. En la foto estaba Victoria Anunciata. Mi papá la vio y le dijo a mi tío 'Ésta va a ser para mí'. Y así fue. Mi mamá llegó a la Argentina con su familia y a los pocos meses se casó con mi papá".

Los Bonelli eran una familia numerosa. En la Argentina vivían dos y luego vinieron de Italia siete hermanos más y sus padres. Llegaron en marzo de 1927 a Colonia Regina. Como todos, escapaban de la guerra y tenían extensiones de tierra tan pequeñas que era casi imposible repartirlas entre tantos hijos. En Italia quedó sólo un hijo, que fue médico.

María De Marchi de Bonelli, la abuela de Tulio, fue la primera partera de la colonia. Se había recibido en Innsbruck, Austria, en 1906. El primer parto que atendió en Regina fue el de Dauno Damen y el último, el de Ida Perazzoli, una sobrina. La paga por traer niños al mundo -recuerda Tulio- no era en metálico ni en billetes sino algo para comer, una bolsa de papas, un pollo, un lechón, o algún servicio como, por ejemplo, puntear la quinta. "La verdad es que tenía mucho trabajo. En la colonia eran todos matrimonios jóvenes, así que salía de una tranquera y entraba en otra (risas). Recuerdo haberla acompañado a atender el último parto... ¡cuánto sacrificio han hecho, pobres viejos!", afirma este productor que nació en su chacra y confiesa que nunca hizo cambio de domicilio.

María Bonelli tuvo 16 hijos, dos veces mellizos y, en dos oportunidades, dos hijos en un año. Murió a los 64 años. Una de sus hijas, Victoria Anunciata (1909), se casó con Luis Perazzoli (1902).

"Hicieron una linda familia. Eran los dos muy alegres, a pesar de haber pasado de todo en los comienzos de Regina", recuerda Nidia Bussinelli, esposa de Tulio.

Como todos los colonos, los Perazzoli desmontaron solos la propiedad con caballos, rastrones caseros, pico y pala. Contaban que cuando empezaron el desmonte mataban muchas víboras y arañas y cazaban martinetas y perdices, que abundaban en el lugar y saboreaban con frecuencia.

Los hermanos Perazzoli y Guido Rosatti recibieron 25 hectáreas que se repartieron en partes iguales. En los comienzos trabajaron en sociedad compartiendo instrumentos de labranza y haciendo compras al por mayor.

Su padre y su tío Enrique -cuenta Tulio- plantaron viña porque a los tres años ya tenían producción. "Los primeros años fueron durísimos. Mi papá empezó con ocho hectáreas de las cuales seis eran de viña. Él, a diferencia de otros italianos que llegaron a Regina, conocía el trabajo en fruticultura. Es posible que por eso se hayan equivocado menos y hayan progresado relativamente rápido".

Luis y Victoria tuvieron cuatro hijos: Lidia, Tulio, Dino y Jorge. Tulio y Dino continuaron trabajando la propiedad de sus padres y se dedicaron siempre a la fruticultura. Jorge, 17 años menor que Tulio y enamorado de las montañas, vive desde 1982 en San Martín de los Andes. Lidia, por su parte, se estableció en Mar del Plata.

La infancia de los cuatro hermanos fue austera pero feliz. Asistieron a la escuela y compartieron la intransferible experiencia de vida de los pioneros. Como todos los hijos de inmigrantes, crecieron en dos mundos; aprendieron como primera lengua el dialecto trentino de sus padres y al llegar a la escuela afianzaron el castellano.

"Contaba mi mamá que más o menos cuando yo nací estuvieron un año entero sin ver una moneda. No vieron nada de dinero, literalmente. ¿Cómo sobrevivieron? Haciendo de todo y muy especialmente gracias a un almacenero que en los tiempos de crisis les fió. Sería lindo recordarlo. Un almacenero de Villa Regina de apellido Di Pauli, quien alimentó a muchos productores durante ese tiempo de crisis. No sé qué bolsillo tendría el pobre hombre, lo que sí sé es que tenía un corazón gigante. Gracias a él nunca nos faltó lo esencial".

Ese tiempo fue uno de los tantos difíciles que atravesó la zona. "A principios del '30 -recuerda este productor- el gobierno les pagó 3 centavos por kilo de uva para que la enterraran. No había bodega para absorber esa producción. Por eso empezaron a hacerse bodeguitas en las chacras. A partir de entonces los productores que pudieron fueron reemplazando uvas por manzanas, que era lo que más rendía, y en otro momento agregamos peras. Y de reconversión en reconversión llegamos al presente -sintetiza-, después de mucho trabajo, mucha economía en la familia y cuidando el centavo para poder comprar más tierra o mejorar la producción existente".

En estos años -recuerda quien es sin dudas un chacarero exitoso- muchos productores quedaron en el camino. "No sólo hay que saber manejar las plantas -asevera-: es importante reconvertir a tiempo y asegurar el mercado".

Actualmente los Perazzoli comercializan mediante una sociedad anónima que conforman con otros nueve productores. Pasaron por la experiencia cooperativa pero la abandonaron por sus deficientes resultados. "Estuvimos en varias cooperativas: La Reginense, La Cautiva, la Trento-Regina... pero acá, en la Argentina, no funcionó el cooperativismo porque hubo tres avivados y 20 estúpidos que confiaron en esos avivados, hablando mal y pronto. No quiere decir que la cooperativa sea mala; el sistema funciona muy bien... el problema son los hombres que la manejan. Nosotros visitamos en Italia una cooperativa de vitivinicultores que tiene más de 2.000 socios. Lo primero que nos llamó la atención fue que había dos personas trabajando. ¡Es una bodega que trabaja millones de litros y sólo había dos personas trabajando! Todo modernísimo. La guarda de la bodega se hace 12 metros para abajo y sobre ella hay viñas. Bueno, allá funciona la cooperativa; acá no. Es una cuestión cultural", se lamenta.

En 1992 Tulio hizo su primer viaje a Italia, con su señora, y hace unos meses regresaron al país de sus ancestros con el menor de sus nietos. "Fue una experiencia lindísima poder mostrarle dónde nacieron nuestros padres. Mi madre también pudo regresar a Italia, ya viuda; papá no, murió a los 60 años, no volvió a su pueblo".

Casi en su mayoría, los Bonelli y los Perazzoli se dedicaron a la producción frutícola en su tierra de origen y en la que los recibió. Agradecidos, transitan entre estos dos mundos que saben propios.

Lidia Perazzoli, la hermana de Tulio, se casó con Rodolfo Giacomini y tuvo cuatro hijas: Ana María, Lidia Isabel y Mirta. Dino se casó con Margarita Gastaldi y tiene dos hijas, Norma y Mariel. Jorge, con Francisca Severino y tiene tres: Jorge, Miriam y Gastón. Y Tulio lleva 51 años de casado con Nidia Luisa Bussinelli, con quien tuvo dos hijos: Luis Raúl y Néstor, ambos ingenieros civiles. "El mayor vive en Cipolletti y tiene cuatro varones y el menor, Néstor, tiene una hija y un hijo, también de 20; viven en Regina".

"La chacra me gusta de alma. Elegiría esta actividad si viviera otra vida -resume este apasionado productor-. La chacra es como una hija para mí y la he cuidado como tal. Mis hijos pudieron ir a la universidad pero les enseñamos a querer la tierra, porque gracias a ella pudieron estudiar. Seguro alguno va a seguir con esto, si no son los hijos será algún nieto", afirma.


SUSANA YAPPERT

Publicado en: Diario Rio Negro "Suplemento Rural" - Sábado 06 de Septiembre 2008

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