ITALIANOS EN LA PATAGONIA - Por Juan del Sur (Nota I)
Españoles aparte, los italianos que emigraron al Plata son los europeos que más han significado en la población y el progreso de estas tierras. A más cuatro millones ascienden los italianos llegados al país y que en él fijaron su residencia en la última centuria. Los resultados provechosos de esta presencia son tangibles en todos los órdenes de la actividad nacional. Han impreso el sello: de su facundia en la función pública, en la docencia, en la industria, en el comercio, en las ciencias, en las artes, en la agricultura y la ganadería, en las labores más humildes y en las de más alta responsabilidad. Pero si están en todo y en todos son valiosos colaboradores de la prosperidad argentina, nada más digno en ellos por cierto que haber incorporado a nuestro modo de vida su limpio sentido del hogar, su acendrado amor a la familia y una veloz asimilación a nuestra más recóndita raíz telúrica.
En la Patagonia el cuadro es por supuesto semejante al resto del país. En las cuatro provincias que la integran y el territorio insular fueguino, los italianos están vinculados al esfuerzo común con su espíritu de lucha, una sobresaliente capacidad de trabajo y su amor a la cultura. Italianos médicos, italianos ganaderos, italianos colonizadores, italianos ingenieros, italianos industriales, comerciantes, artesanos, alarifes, pescadores; italianos consubstanciados con lo regional, que es la patria chica, y a través de un puro sentido localista con lo nacional, que es la patria de adopción; hay y hubo en la Patagonia, por centenares, por millares, italianos identificados en un mismo amor con los hijos del país.
Dentro de ese abigarrado conjunto de italianos que a lo largo del tiempo han sumado su quehacer al de argentinos y extranjeros en las tierras del sur, naturalmente hubo quienes fueron actores de sucesos sobresalientes que los distinguen sobre el nivel general de sus coetáneos patagónicos. Así tenemos en la historia austral italianos descubridores y exploradores, italianos marinos, italianos fundadores de pueblos, italianos precursores en distintos órdenes de las actividades humanas en aquellas vastas regiones.
De algunos de ellos vamos a ocuparnos, como un testimonio claro y objetivo del aporte que en todo tiempo han dado los italianos al progreso austral, sin que la lista quede agotada ni mucho menos, lo que ha de darnos pie para volver sobre este mismo tema, pero con otros nombres.
En la Patagonia el cuadro es por supuesto semejante al resto del país. En las cuatro provincias que la integran y el territorio insular fueguino, los italianos están vinculados al esfuerzo común con su espíritu de lucha, una sobresaliente capacidad de trabajo y su amor a la cultura. Italianos médicos, italianos ganaderos, italianos colonizadores, italianos ingenieros, italianos industriales, comerciantes, artesanos, alarifes, pescadores; italianos consubstanciados con lo regional, que es la patria chica, y a través de un puro sentido localista con lo nacional, que es la patria de adopción; hay y hubo en la Patagonia, por centenares, por millares, italianos identificados en un mismo amor con los hijos del país.
Dentro de ese abigarrado conjunto de italianos que a lo largo del tiempo han sumado su quehacer al de argentinos y extranjeros en las tierras del sur, naturalmente hubo quienes fueron actores de sucesos sobresalientes que los distinguen sobre el nivel general de sus coetáneos patagónicos. Así tenemos en la historia austral italianos descubridores y exploradores, italianos marinos, italianos fundadores de pueblos, italianos precursores en distintos órdenes de las actividades humanas en aquellas vastas regiones.
De algunos de ellos vamos a ocuparnos, como un testimonio claro y objetivo del aporte que en todo tiempo han dado los italianos al progreso austral, sin que la lista quede agotada ni mucho menos, lo que ha de darnos pie para volver sobre este mismo tema, pero con otros nombres.
El primer italiano que llegó a la Patagonia vino con Magallanes, y difundió por el mundo el mito de los gigantes patagónicos.
De acuerdo a Pigafetta, los patagones eran tan gigantescos que los europeos apenas les llegaban a la cintura.
EN EL AÑO 1520.
Con el primer italiano que llegó a la Patagonia nacieron a la par la historia y la leyenda regional. Fue el caballero Francisco Antonio Pigafetta, relator del dramático periplo magallánico. Joven culto, inquieto, de espíritu "aventurero, se sumó a la expedición magallánica con el notable resultado que la posteridad reconoce, pues llevó un diario minucioso que ha permitido conocer muchos episodios de la aventura mas audaz de la humanidad, como la calificara Stefan Zweig. Como Tucídides, Pigafetta fue escribiendo con claro juicio la historia de los acontecimientos cotidianos; formuló referencias concretas sobre los naturales de los países visitados, vida y costumbres; tradujo y explicó algunos vocabularios aborígenes, hasta trazó mapas rudimentarios; todo lo cual resultó de preciosa guía para historiadores, filólogos y geógrafos.
Llegó el primer italiano a tierra patagónica el 19 de mayo de 1520, cuando Magallanes resolvió invernal en la bahía que desde entonces llamóse de San Julián, pero solamente dos meses después iba a conocer a los "dueños de casa". Dice Pigafetta:
"Transcurrieron dos meses sin que viésemos ningún habitante del país. Un día, cuando menos esperábamos, un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros. Estaba sobre la arena, casi desnudo, y cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza. El capitán envió a tierra a uno de nuestros marineros con orden de hacer los mismos gestos, en señal de paz y amistad, lo que fue muy bien comprendido por el gigante, quien se dejó conducir a una isleta donde el capitán había bajado. Yo me encontraba allí con muchos otros. Dio muestras de gran extrañeza al vernos, levantando un dedo, lo que quería decir sin duda, que nos creía descendidos del cielo".
"Este hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. De hermosa talla, su cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados de un círculo amarillo, y dos trazos en forma de corazón en sus mejillas. Sus cabellos, escasos, parecían blanqueados por algún polvo".
Los hombres barbados no se conformaron con ver a los indios; también quisieron llevarse algunos ejemplares para exhibirlos en Europa, pero murieron en el viaje. Pigafetta narra la vida a bordo de aquellos infelices; y vemos cómo el relator del viaje magallánico supo ganarse la amistad del indio Pablo:
"Se mantienen ordinariamente de carne cruda y de una raíz dulce que llaman capac. Son muy glotones; los dos que capturamos se comían cada uno un cesto de bizcochos por día y se bebían medio cubo de agua de un trago; devoraban las ratas crudas, sin desollarlas. Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones.
"Durante el viaje entretuve lo mejor que pude al gigante patagón que llevábamos en nuestro navío (el otro murió muy pronto), y por medio de una especie de pantomima le preguntaba el nombre patagón de muchos objetos, de manera que llegué a formar un pequeño vocabulario. Es taba ya tan acostumbrado que apenas me veía coger la pluma y el papel, venía en seguida a darme los nombres de los objetos que alcanzaba su vista y de las operaciones que veía hacer. Nos enseñó, entre otras cosas, el modo de encender lumbre en su país, frotando un pedazo de madera puntiagudo contra otro, hasta que el fuego prende en una clase de medula de árbol que se coloca entre los dos pedazos de madera. Un día que le mostré la cruz y la besé delante de él, me dijo por señas que Setebos entraría en mi cuerpo y me haría reventar."
Este indio tampoco pudo sobrevivir. "Cuando se sintió en las últimas, dice Pigafetta, en su postrera enfermedad, pidió la cruz, la besó y nos rogó que lo bautizáramos, lo que hicimos, poniéndole el nombre de Pablo".
Natural de Vicenza, Francisco Antonio Pigafetta nació en 1491 y murió en el mismo lugar en 1534, a los 43 años de edad. A este hijo de la bella Italia se debe, como hemos dicho, la crónica inicial de la historia patagónica y el nacimiento del mito de los gigantes aborígenes, a los que apenas los europeos les llegaban a la cintura.
Con el primer italiano que llegó a la Patagonia nacieron a la par la historia y la leyenda regional. Fue el caballero Francisco Antonio Pigafetta, relator del dramático periplo magallánico. Joven culto, inquieto, de espíritu "aventurero, se sumó a la expedición magallánica con el notable resultado que la posteridad reconoce, pues llevó un diario minucioso que ha permitido conocer muchos episodios de la aventura mas audaz de la humanidad, como la calificara Stefan Zweig. Como Tucídides, Pigafetta fue escribiendo con claro juicio la historia de los acontecimientos cotidianos; formuló referencias concretas sobre los naturales de los países visitados, vida y costumbres; tradujo y explicó algunos vocabularios aborígenes, hasta trazó mapas rudimentarios; todo lo cual resultó de preciosa guía para historiadores, filólogos y geógrafos.
Llegó el primer italiano a tierra patagónica el 19 de mayo de 1520, cuando Magallanes resolvió invernal en la bahía que desde entonces llamóse de San Julián, pero solamente dos meses después iba a conocer a los "dueños de casa". Dice Pigafetta:
"Transcurrieron dos meses sin que viésemos ningún habitante del país. Un día, cuando menos esperábamos, un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros. Estaba sobre la arena, casi desnudo, y cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza. El capitán envió a tierra a uno de nuestros marineros con orden de hacer los mismos gestos, en señal de paz y amistad, lo que fue muy bien comprendido por el gigante, quien se dejó conducir a una isleta donde el capitán había bajado. Yo me encontraba allí con muchos otros. Dio muestras de gran extrañeza al vernos, levantando un dedo, lo que quería decir sin duda, que nos creía descendidos del cielo".
"Este hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. De hermosa talla, su cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados de un círculo amarillo, y dos trazos en forma de corazón en sus mejillas. Sus cabellos, escasos, parecían blanqueados por algún polvo".
Los hombres barbados no se conformaron con ver a los indios; también quisieron llevarse algunos ejemplares para exhibirlos en Europa, pero murieron en el viaje. Pigafetta narra la vida a bordo de aquellos infelices; y vemos cómo el relator del viaje magallánico supo ganarse la amistad del indio Pablo:
"Se mantienen ordinariamente de carne cruda y de una raíz dulce que llaman capac. Son muy glotones; los dos que capturamos se comían cada uno un cesto de bizcochos por día y se bebían medio cubo de agua de un trago; devoraban las ratas crudas, sin desollarlas. Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones.
"Durante el viaje entretuve lo mejor que pude al gigante patagón que llevábamos en nuestro navío (el otro murió muy pronto), y por medio de una especie de pantomima le preguntaba el nombre patagón de muchos objetos, de manera que llegué a formar un pequeño vocabulario. Es taba ya tan acostumbrado que apenas me veía coger la pluma y el papel, venía en seguida a darme los nombres de los objetos que alcanzaba su vista y de las operaciones que veía hacer. Nos enseñó, entre otras cosas, el modo de encender lumbre en su país, frotando un pedazo de madera puntiagudo contra otro, hasta que el fuego prende en una clase de medula de árbol que se coloca entre los dos pedazos de madera. Un día que le mostré la cruz y la besé delante de él, me dijo por señas que Setebos entraría en mi cuerpo y me haría reventar."
Este indio tampoco pudo sobrevivir. "Cuando se sintió en las últimas, dice Pigafetta, en su postrera enfermedad, pidió la cruz, la besó y nos rogó que lo bautizáramos, lo que hicimos, poniéndole el nombre de Pablo".
Natural de Vicenza, Francisco Antonio Pigafetta nació en 1491 y murió en el mismo lugar en 1534, a los 43 años de edad. A este hijo de la bella Italia se debe, como hemos dicho, la crónica inicial de la historia patagónica y el nacimiento del mito de los gigantes aborígenes, a los que apenas los europeos les llegaban a la cintura.
CAPITÁN PIETRO PAOLO SANGUINETTI
No ha sido divulgada la actuación de este experto marino italiano que estuvo al servicio del Virreinato del Río de la Plata y llegó a ser gobernador de las Islas Malvinas.
Hacia el año 1780 el capitán de fragata de la marina italiana, Pietro Paolo Sanguinetti, se incorporó al servicio del virreinato platense y durante un período de varios años realizó trabajos de relevamiento y protección del dilatado litoral marítimo, comandando el bergantín "Santa Eulalia". En el golfo San Jorge hasta cabo Blanco y otros lugares de la costa sur operó con sentido heroico, pues siempre iba arriesgando tener un encuentro enojoso con los corsarios, piratas y pescadores subrepticios, que menudeaban por el extremo austral; además, en esos años no dejaban de justificarse los temores de España de que otras potencias intentarían apoderarse de algunos puntos de la Patagonia. Vigilarlas, pues, implicaba serios riesgos.
El capitán Sanguinetti fue un celoso vigía de la potestad española en las costas patagónicas. En el año 1791, al presentar, la relación de su viaje, consignó haber comprobado que merodeaban por las proximidades de Puerto Deseado nueve naves extranjeras, en una actividad muy sospechosa las que se alejaron ante su vista.
El premio a las numerosas exploraciones y patrullaje de la costa patagónica, fue la designación del capitán Sanguinetti como gobernador de las Malvinas, que desempeñó durante tres años. Su nombre fue dado a la bahía situada debajo del "Pan de Azúcar", en el extremo sur del golfo San Jorge.
CAPITÁN ANTONIO ONETO
Noventa años después, en los mismos o próximos parajes que anduvo vigilando el capitán Sanguinetti, otro italiano de gran temple, marino como aquél, realizaba la fundación de una colonia agrícola que al correr del tiempo se iba a transformar en la actual localidad de Puerto Deseado.
Es el capitán Antonio Oneto, auténtico pionero patagónico. Oriundo de la pequeña pero hermosa ciudad de Chiavari, próxima al golfo de Rapallo, donde nació el 15 de abril de 1826; llegó a Buenos Aires comandando su propio barco en 1868, y aquí vislumbró la conveniencia de crear una flota mercante de navegación trasatlántica que llamó "La Italo-Argentina". La iniciativa comenzó a funcionar; personalidades argentinas de esa época figuraron en el directorio de la empresa: Jaime Llavallol, Ángel de Estrada, Martín lraola, Bernardo Iturraspe, y también conspicuos miembros de los círculos italianos y británicos en el río de la Plata, como Graffigna, Piaggio, Badaraco, Billinghurst, Wilkinson. etc. Empero la tentativa no dio los resultados económicos que podían esperarse, y al cabo de tres o cuatro años de dura lucha, Oneto optó por dar la espalda al río de la Plata y ponerse de cara al sur.
En el año 1882 fue autorizado a ensayar su plan, y en 1884 lo llevó a cabo. Capitaneando un pequeño núcleo de familias, llegaron a la ría del actual Puerto Deseado el 15 de julio del último año citado, en lo más riguroso del invierno. La lucha contra las inclemencias climáticas fue tremenda, pero el temple de Oneto, comunicado a sus compañeros de aventura, superó todos los obstáculos. La colonia prosperó a pesar de tantas vicisitudes.
Oneto no pudo gozar el resultado de su obra, como tampoco pudo compartir plenamente las penurias del grupo, porque muy pronto sufrió un grave quebranto físico y falleció en el invierno de 1885.
Antonio Oneto es el prócer de Puerto Deseado.
EL "GRINGO" ONELLI
En la Patagonia hay pueblos y lugares con su nombre, indicación cabal de que algo ha significado en el pasado de estas regiones. Un presidente argentino lo calificó como "el más italiano de los argentinos y el más criollo de los italianos".
Don Clemente Onelli se vinculó a la Patagonia de recién llegado. Todavía tenía las ropas impregnadas con los aires de su Roma natal cuando el perito Moreno lo envió en comisión a la Patagonia. De allá volvió embrujado, pletórico de paisajes e ideas que describió y expuso en su libro "Trepando los Andes" y en publicaciones sueltas. La preocupación de la Patagonia no lo abandonó más, y hasta cuando escribía sus "Aguafuertes del Zoológico", recaía con frecuencia en aquellas regiones, pues hablaba con cariño y agudeza de la fauna austral.
Onelli realizó varias excursiones a la Patagonia; fue elemento ponderable en las comisiones de límites con Chile. Le agradaba la vida errante, aventurera, al aire libre; se familiarizó mucho con indios tehuelches y araucanos, y aprendió estas lenguas tanto o más rápidamente que el español.
Clemente Onelli vino al país cuando tenía 23 años de edad. Trajo títulos otorgados a su capacidad por el Real Liceo Visconti y la Facultad de Ciencias de la Universidad de Italia. Inmediatamente fue incorporado al Museo de La Plata, y noventa días después cumplió su primera comisión a la Patagonia. Desde 1888 hasta 1904, en que el general Roca lo nombró director del Jardín Zoológico, exploró Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz. En la cuestión de límites, fue brazo derecho del árbitro inglés, coronel Holdich, que incluso lo llevó con él a Londres para que le prestara asesoramiento durante el estudio final de la cuestión.
La Patagonia fue la pasión de Onelli. De ese amor nació la sonora fábula del misterioso plesiosaurio, historia que le valió bromas y chistes, pero que le dio la satisfacción de atraer la atención del mundo sobre las regiones de nuestro sur, que no otra cosa pretendía al lanzar al mundo la apasionante aunque increíble noticia.
Entre los muchos párrafos que lo exhiben en una prédica profética sobre la Patagonia, vienen a cuento estas líneas: Son tantas las cuencas lacustres encerradas en las frescas quebradas de la Patagonia, que bien puede llamarse como Finlandia, El país de los mil lagos. La Patagonia para los veranos extenuantes de Buenos Aires.
En la Patagonia hay pueblos y lugares con su nombre, indicación cabal de que algo ha significado en el pasado de estas regiones. Un presidente argentino lo calificó como "el más italiano de los argentinos y el más criollo de los italianos".
Don Clemente Onelli se vinculó a la Patagonia de recién llegado. Todavía tenía las ropas impregnadas con los aires de su Roma natal cuando el perito Moreno lo envió en comisión a la Patagonia. De allá volvió embrujado, pletórico de paisajes e ideas que describió y expuso en su libro "Trepando los Andes" y en publicaciones sueltas. La preocupación de la Patagonia no lo abandonó más, y hasta cuando escribía sus "Aguafuertes del Zoológico", recaía con frecuencia en aquellas regiones, pues hablaba con cariño y agudeza de la fauna austral.
Onelli realizó varias excursiones a la Patagonia; fue elemento ponderable en las comisiones de límites con Chile. Le agradaba la vida errante, aventurera, al aire libre; se familiarizó mucho con indios tehuelches y araucanos, y aprendió estas lenguas tanto o más rápidamente que el español.
Clemente Onelli vino al país cuando tenía 23 años de edad. Trajo títulos otorgados a su capacidad por el Real Liceo Visconti y la Facultad de Ciencias de la Universidad de Italia. Inmediatamente fue incorporado al Museo de La Plata, y noventa días después cumplió su primera comisión a la Patagonia. Desde 1888 hasta 1904, en que el general Roca lo nombró director del Jardín Zoológico, exploró Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz. En la cuestión de límites, fue brazo derecho del árbitro inglés, coronel Holdich, que incluso lo llevó con él a Londres para que le prestara asesoramiento durante el estudio final de la cuestión.
La Patagonia fue la pasión de Onelli. De ese amor nació la sonora fábula del misterioso plesiosaurio, historia que le valió bromas y chistes, pero que le dio la satisfacción de atraer la atención del mundo sobre las regiones de nuestro sur, que no otra cosa pretendía al lanzar al mundo la apasionante aunque increíble noticia.
Entre los muchos párrafos que lo exhiben en una prédica profética sobre la Patagonia, vienen a cuento estas líneas: Son tantas las cuencas lacustres encerradas en las frescas quebradas de la Patagonia, que bien puede llamarse como Finlandia, El país de los mil lagos. La Patagonia para los veranos extenuantes de Buenos Aires.
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Fuente: Revista Argentina Austral Nº 360 - Año 1961
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