Delia Liberati, entre relatos de sus inmigrantes y su apuesta al futuro
Nació en una chacra en Villa Regina y, desde hace años, sigue vinculada a la producción desde su comercio.
Una biografía que intenta ser un homenaje. Porque Delia lo merece. Aunque todos los que la conocen saben que nunca lo esperó y que se va a ruborizar este Día de la Madre cuando todos le digan en el negocio "¡Te vi en el diario!".
Muchos la conocimos en 1994, cuando decidió seguir adelante sola con el negocio. Apenas repuesta de la trágica muerte de su marido, Raúl Ais, se la vio tras la caja, paradita al lado de un conmovedor portarretratos de su familia que parece iluminarla.
Desde entonces está siempre, de lunes a lunes, sin vacaciones que se recuerden; atendiendo a los proveedores de frutas y verduras; hablando con sus clientes, acompañando a sus hijas, atendiendo el teléfono; acomodando la mercadería y, cuando está todo en orden, regando las flores de su jardín, pegado al depósito y a su casa.
Cuando la conocí me pregunté si no estaría muerta de miedo, trabajando en el mismo lugar donde había enviudado. Sus padres, que se sorprenden de su coraje y entereza, saben que Delia es fuerte. Piensan que se encomendó a algún ángel protector, se secó las lágrimas y siguió adelante.
Delia Liberati de Ais es hija de inmigrantes, de quienes aprendió la cultura del trabajo, la dignidad y el temperamento de todo productor, el que enseña que hay que saber esperar para cosechar los frutos.
Su padre, Umberto Liberati, y su madre, Angela Delia Bisconti, viven en Villa Regina desde hace más de 60 años. Trabajan 9 hectáreas de manzanas y peras. Como casi todos los productores de Regina, conservan el acento y muchas costumbres de Italia. Angela llegó al Valle en 1951 con sus siete hermanos, su padre, Pascual Bisconti, italiano, y su madre, Delia Bondaruk, austríaca. "Un tío nos trajo a Regina porque en provincia de Buenos Aires, donde vivíamos, estábamos mal. Mi papá trabajaba de peón y de albañil", cuenta Angela.
Vivían en una cultura de la escasez y del trabajo. En el mundo rural uno aprende esa realidad desde la cuna. Todo el mundo colabora. Angela trabajó desde pequeña, colaborando con su madre y ayudando a hacer la mezcla a su padre durante los trabajos de albañilería. Por recomendación de un familiar fue contratada como cajera en el comercio de Fernández Flores, uno de los negocios más grandes de Villa Regina. "Me depositaban el sueldo en una caja de ahorro. ¡No sabes qué contenta me puse cuando me casé y vi toda la plata que tenía ahorrada! ¡19 pesos, era un montón!".
Umberto Liberati llegó a la Argentina en 1948 desde la región de Le Marche. "Viajó primero un hermano, a los 40 días, subimos nosotros en el barco, mi madre -Jacinta Achili, ya viuda- y dos hermanos. Gina y Gema, las hermanas, quedaron en Italia. Acá vinimos Juan, Benjamín, Lino y yo", cuenta Umberto.
Los varones querían migrar, la experiencia de la guerra había sido muy traumática para ellos. Aun así les costó el cambio; a Jacinta aún más. Lloró mucho tiempo, había dejado su vida allá, sus hijas. Nunca regresó a Italia y entre lágrimas y cartas terminó sus días en una tierra ajena.
Antonio Liberati, casado con Guillerma Concetti, fue quien les envió la llamada a sus sobrinos para que lo ayudasen a trabajar una chacra, En esa chacra transcurrió toda la vida argentina de Umberto.
"Antonio y Guillerma se vinieron acá en 1925, cuando la CIAC iniciaba esta colonia. Compraron 15 hectáreas, pero como no tenían hijos y sus sobrinos estaban en la guerra, vendieron 6 hectáreas a un amigo, Feruccio Ciminelli", relata Angela.
"Cuando llegamos fue muy duro", recuerda Umberto. "Si hubiese tenido dinero me volvía. Tenía 16. Primero vivimos en un ranchito, en Italia vivíamos en una casa de material. Todos sufrimos el cambio; mi mamá sobre todo, ella sí que regó el valle... pero por suerte fuimos progresando".
Trabajaron con su tío y con un vecino. En viña y en frutales. Luego, cuando pudieron comprar tierra propia, en una chacra de Alberdi hicieron tomates. "Antes uno se defendía con los tomates, los frutales tardaban muchos años en dar. Acá había seis fábricas de tomates y trabajo para todos", recuerda Umberto. "En los tomates trabajamos todos. Íbamos por las hileras, que atando, que cosechando, que desyuyando; nos quedaba la cintura a la miseria. Cuando llegábamos al extremo de la hilera nos acostábamos en el suelo para descansar la espalda", cuenta Angela.
Umberto y Angela se casaron en 1954. "Nos vinimos a vivir a esta casa, donde estamos ahora; trabajamos la chacra y atendí a mi tía política Guillerma durante 29 años, porque estaba en silla de ruedas".
Umberto vive rodeado de frutales y de sus flores, Angela se entretiene todo el año con sus conservas y su familia numerosa. El trabajo parece poco, ahora que tienen riego por aspersión, luz eléctrica, gas y teléfono en la chacra. Tuvieron 4 hijas: María Luisa, Delia Jacinta, Marta Isabel y María Guillermina, que les dieron 13 nietos y 4 bisnietos. En esa chacra nacieron las dos primeras hijas; las dos últimas lo hicieron en la clínica. "Todas hijas cariñosas, buenísimas. Hicimos una linda familia. Todas fueron a la escuela, empezaron en la 58. Nos turnábamos con los vecinos para llevar a los chicos a la escuela".
"Las dos hijas mayores terminaron la escuela y estudiaron contabilidad, la tercera, bordado y la cuarta es maestra. Tres hijas viven en Regina y Delia, en Roca. Fue la que estuvo más lejos y la que la pasó más difícil", afirma su mamá.
"Delia conoció a Raúl a los 15 años. A los 18 se casaron. Venía de Roca a visitarla en una chata roja, cansado llegaba y la llevaba a dar una vueltita. Se casaron y se fueron a vivir a la bodega La Sarita con su suegra, Gina Severini de Ais. Allí nacieron las dos nenas: Natalia y Valeria. Luego compraron el depósito mayorista y minorista de verduras y frutas. Raúl era muy trabajador, tuvo un mercado grande en Esquel y viajaba por todo el país", cuenta Angela.
"Cuando él no estuvo, sus cuñados ayudaron a Delia y en un momento decidió seguir adelante sola", relata su papá. "Realmente ha sido una mujer y una madre ejemplar. Trabajadora y muy solidaria. ¡No sé de dónde saca tanta fuerza. Nunca la sentimos quejarse por algo a Delia, ¡nunca!", afirma su hermana María Luisa.
Natalia, su hija mayor, psicóloga, y Valeria, quien trabaja en la Escuela Casa Verde, aprendieron de ellos la solidaridad, el esfuerzo y de su madre, en especial, la fuerza y la paciencia. Delia, como la tierra, les enseñó que hay que saber esperar para poder cosechar los frutos.
Comentarios
Publicar un comentario